Empieza afirmando que la expresión Dios es Amor, es el centro de la fe cristiana. En 42 párrafos, que abarcan 70 páginas, la encíclica hace una reflexión sobre los conceptos de eros (amor sexual), agape (amor incondicional), logos λογος (la palabra), y su relación con las enseñanzas de Jesucristo. El documento explica que el eros corre el riesgo de ser degradado a la simple cópula, si no está compensado por un elemento de la espiritualidad cristiana. La opinión de que el eros es inherentemente bueno contradice el punto de vista expresado por el obispo luterano Anders Nygren, en su libro Eros y Agape, publicado a principios del siglo XX, donde agape es la única verdadera forma de amor cristiano, mientras que el eros (expresión de los deseos de un individuo) nos aleja de Dios.[12] El Papa mantiene que no se ha de rechazar el amor erótico pero si sanearlo para que alcance su verdadera grandeza. Cuanto más se encuentran eros y agape, la justa unidad en la única realidad del amor, tanto mejor ser realiza la verdadera esencia del amor.
La primera mitad de la encíclica es más filosófica, estableciendo y delimitando el significado de la palabra amor. Al considerar el eros, nos remite a una verso en la línea 69 del libro X de las Églogas de Virgilio: Omnia vincit amor, et nos cedamus amori ("El amor todo lo vence, dejémonos vencer por él"), y a la opinión del filósofo Friedrich Nietzsche en la cual el Cristianismo ha dado de beber veneno a Eros, convirtiéndolo en vicio. Se refiere, de igual modo, al amor conyugal tal como está expuesto en el Cantar de los Cantares, y hace un análisis de los pasajes de la primera Epístola de San Juan que inspiraron el título. También critica que el amor ha sido reducido a puro sexo, para comercializarlo.
La segunda mitad, basada en un informe preparado por el Consejo Pontificio Cor Unum, es más práctica, y considera las actividades caritativas de la Iglesia como una expresión de amor, refiriéndose a su triple responsabilidad: la proclamación de la Palabra de Dios (kerygma-martyria, el carisma), la celebración de los sacramentos (leitourgia, la liturgia), y el ejercicio del ministerio de la caridad (diakonia, la diaconía o el diaconado). En este ámbito afirma que la Iglesia no puede quedarse la margen de la lucha por la justicia, pero su tarea no es la política sino el servicio del amor desinteresado. El párrafo final está inspirado en la Divina Comedia de Dante Alighieri (particularmente en el último canto de Paraíso, el cual finaliza en la Luz interminable que es Dios mismo, la Luz que es al mismo tiempo el Amor que mueve al Sol y a las otras estrellas),[13] concluyendo al considerar el ejemplo de los santos y al elevar una oración a la Virgen María.
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